Internet de las cosas...
Lo que se conoce como ‘internet de las cosas está llamado a protagonizar la próxima gran revolución en nuestras vidas. Sobre el 2020, unos 50.000 millones de dispositivos estarán conectados y crearán su propia red con capacidad para tomar decisiones, algo que mejorará, dicen, la calidad de vida, facilitará el ahorro y las rutinas cotidianas de las ciudades, las empresas y el propio hogar.
Será la mayor superestructura que el ser humano haya creado jamás. Las previsiones apuntan a que, en tan solo una generación, estarán hábiles más de un billón de nodos (intersecciones) capaces de monitorizar cualquier cosa medible en el planeta, lo que permitirá controlar todos y cada uno de los aspectos de la sociedad en la que vivimos. Una cuestión no exenta de polémica y necesitada de un debate ético. Según datos ofrecidos por la compañía Vodafone, en la actualidad más de 2.000 millones de personas están conectadas a la red y, en pocos años, habrá diez millones de dispositivos con internet, cifras que abren la puerta a la mayor revolución del sector de las telecomunicaciones, después que el teléfono fijo conectara 500 millones de lugares, el teléfono móvil a 5.000 millones de personas y a la espera de que el internet de las cosas vincule a 50.000 millones de dispositivos, máquinas y objetos, alrededor del 2020.
Internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés), propugna que las cosas tengan conexión a la red en cualquier momento y lugar. De una manera más técnica, se basa en la integración de sensores y dispositivos en los objetos de uso cotidiano, que quedan conectados a internet a través de redes fijas e inalámbricas. Desde esta perspectiva, cualquier elemento puede estar y dejarse ver en red, convirtiéndose en fuente de datos. Internet de las cosas es pues una tecnología que permite instrumentar los objetos que nos rodean y, si es ampliamente adoptada, tiene el potencial de cambiar radicalmente la forma de vivir y trabajar actuales. El objetivo es que, paso a paso, los abrigos, sillas, zapatillas, reproductores de música… dispongan de sistemas de identificación, lo que permitirá conocer exactamente dónde están y lo que ocurre con cada uno de ellos en todo momento, en cualquier lugar en que se hallen. Dicen los expertos que estas aplicaciones acabarían, por ejemplo, con los robos, con los objetos perdidos y, en sentido más amplio, reducirá el tiempo y la energía que dedicamos a las rutinas cotidianas. Un objeto conectado puede interactuar en red, entre ellos o con personas, dando o recibiendo información y realizando determinadas acciones según los datos disponibles y las correcciones realizadas en caso de errores.
En este innovador escenario, más que imaginar lo que es posible, habrá que preguntarse qué no es posible. Los sensores y dispositivos colocados en todo tipo de objetos y conectados a Internet a través de redes fijas e inalámbricas son cada vez más pequeños y baratos.
Las redes extraen un gran volumen de datos susceptibles de ser analizados por ordenador. Una vuelta de tuerca por la que los objetos ya no solo hablan con sus dueños, sino que también están dotados de la inteligencia para hacerlo entre ellos.
LOS DESARROLLOS
Según un reciente informe de la Fundación para la Innovación (Bankinter), internet de las cosas tiene un tono futurista, pero, en realidad, el uso de la red para la comunicación de máquina a máquina está vivo, goza de buena salud y crece. Muchos segmentos de la industria están valorando lo útil que resulta obtener información derivada de sensores, compartirla a través de la red y automatizar una respuesta. Ya están en marcha numerosos sistemas en sectores como la energía (edificios inteligentes) o la automoción (diagnóstico del automóvil), pasando por la asistencia sanitaria, donde la introducción de constantes vitales está haciendo posibles programas personalizados derivados de software para el bienestar y la gestión de las enfermedades.
Para el segmento doméstico ya se han desarrollado lavadoras que envían un tuit si está lista la colada, hornos que envían e-mails si su temperatura sube por encima de su programación, lavavajillas que avisan al servicio técnico si pierden agua, y controladores de gestión que apagan la secadora cuando el frigorífico necesita más potencia. Significativos avances, pero las posibilidades solo acaban de comenzar y afectan a las grandes actuaciones hasta los pequeños detalles de la vida cotidiana. Philips, por ejemplo, ha presentado su modelo hue, una bombilla LED que vive conectada a internet. Se trata de un equipo de 600 lúmenes (50W) que se mantiene conectada a la red mediante un accesorio añadido al router. Desde una aplicación para smartphones, podremos controlar esa luz y encenderla, apagarla, programar su puesta en marcha o crear tonalidades a nuestro gusto, para conseguir la iluminación más idónea en momentos de relax, estudio o lectura.
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